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Superliga, un 'gol en propia puerta' para los inversores

  • Se trata de un proyecto de riesgo exacerbado y rentabilidad cuestionable

Apenas cuatro días. Ese es el tiempo que JP Morgan, el banco que iba a financiar la recientemente anunciada Superliga de fútbol, tardó en reconocer que "juzgó mal" la repercusión que tendría el nacimiento de la nueva competición en todo el mundo y prometió "aprender" de la experiencia. Lo hizo después de que la mayoría de los equipos impulsores anunciaran el abandono del proyecto ante el rechazo del público, los jugadores, los clubes, las instituciones, muchas personalidades del deporte y diferentes gobiernos europeos.

La articulación inicial de la Superliga se basaba en un campeonato cerrado fundado por varios clubes que tendrían garantizada su participación independientemente de los resultados deportivos. A ellos se podrían sumar tres clubes fundadores más y otros cinco equipos adicionales que se invitarían cada año, aunque se desconocen los criterios.

Esta competición que no pocos han calificado de "elitista" y "secesionista", ha evidenciado el daño que pueden sufrir los inversores que apoyen un proyecto de este tipo por el riesgo que implica. Como señaló en su carta anual a los accionistas Jamie Dimon, director ejecutivo de JP Morgan, "para una buena empresa, su reputación lo es todo". Habrá que ver cómo puede afectar al banco este traspié, que llega en un momento incómodo. El grupo, bajo la marca Chase, tiene previsto lanzar este año una entidad minorista exclusivamente digital en el Reino Unido, la primera vez que ampliará su negocio de consumo más allá de las fronteras estadounidenses. Seis de los equipos impulsores de la Superliga son británicos.

Como expone Ignacio de la Torre, economista jefe de Arcano Partners, "precisamente la carta a los accionistas del banco que lideraba la financiación resaltaba que uno de sus principales estandartes es el apoyo a las comunidades locales. Cuando se ilustra que forman parte de un proyecto que va en sentido contrario es lo que provoca que la entidad haya tenido que reconocer que infraestimó el impacto de dicha operación en las comunidades".

En su caso, Gonzalo Ávila Lizeranzu, managing director de Bibium Capital, señala que "a nivel inversor es un error de cálculo; la crónica de una muerte anunciada. No cuadra que bancos de negocios internacionales de referencia, con la experiencia que tienen, se hayan aventurado sin más en una operación de riesgo exacerbado y rentabilidad cuestionable, debido a todas esas complejas condiciones del contorno, sin contar con el respaldo de inversores de última instancia de naturaleza más controvertida, como pueden ser fortunas asociadas a grandes conglomerados empresariales o determinados fondos soberanos de países de escasa tradición democrática, para los que el análisis racional de las oportunidades de negocio no siempre es el elemento que guía la toma de decisiones".

Responsabilidad social y sostenibilidad

En los últimos años los criterios ESG (siglas en inglés de factores medioambientales, sociales y de gobierno corporativo) han ganado una gran relevancia tanto para los inversores como para los consumidores, que buscan que las empresas e instituciones se alineen con sus valores y con los de la sociedad.

Eso sí, como remarca De la Torre, "muchas veces el ESG se entiende solo por la 'E', pero se olvida que también existe la 'S' y la 'G'. Y este proyecto, precisamente, está relacionado con la sostenibilidad, con si tiene un carácter social". Bajo este criterio se busca que las inversiones redunden en una mejor calidad de vida de la sociedad. Es el caso de las mejoras en las condiciones laborales de los empleados, la inclusión de personas con discapacidad en las plantillas, la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres o corporaciones que luchan contra el trabajo infantil o la mano de obra barata.

De momento, la agencia de calificación de sostenibilidad Standard Ethics ha rebajado la nota de JP Morgan de "adecuada" a "no conforme" tras revelarse que era la entidad que estaría detrás de la financiación de la Superliga. La agencia juzga que, tanto las orientaciones mostradas por los clubes de fútbol involucrados en el proyecto como las del banco estadounidense, son contrarias a las mejores prácticas de sostenibilidad, que son definidas por la agencia de acuerdo con las directrices de la ONU, la OCDE y la Unión Europea, y tienen en cuenta los intereses de las partes interesadas.

El proyecto liderado por Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, anunció un reparto de unos 3.500 millones de euros para los integrantes procedentes de diversos inversores, según los cálculos de los organizadores. Además, estos estimaron que se ingresarían 4.000 millones de euros por derechos audiovisuales. De este modo, los equipos más poderosos financieramente afianzarían su posición, aumentado las desigualdades ya existentes con los otros clubes.

Según el análisis de LaLiga, los fundadores de la propuesta de liga elitista prometen riquezas irreales a los clubes participantes. Su propuesta muestra una profunda falta de comprensión del mercado global de derechos audiovisuales y patrocinios. Y olvida que la inversión de los operadores es un importe finito, en buena medida un juego de suma cero, por lo que la Superliga vendría a restar ingresos al resto de competiciones, UEFA y ligas nacionales, para poder incrementar el importe de unos pocos "elegidos".

Así, Gonzalo Ávila Lizeranzu opina que el argumento dado por los promotores de la Superliga sobre que esta competición es necesaria para el futuro de la industria, "no tiene sentido". Y es que "entre 1992 y 2014 alrededor de 120 equipos profesionales de las principales 5 ligas del continente, incluyendo 23 españoles, tuvieron que afrontar procesos concursales. Por aquel entonces el fútbol profesional era una actividad mal gestionada a nivel estructural, intrínsecamente insolvente en términos financieros e incapaz de generar valor económico. Pero desde hace aproximadamente una década, el fútbol profesional ha experimentado un radical proceso de transformación".

Gonzalo Ávila Lizeranzu: "A nivel inversor es un error de cálculo; la crónica de una muerte anunciada"

En este sentido, como señala el experto, "LaLiga es hoy una organización grande, que ha doblado sus ingresos en los últimos años, saneada financieramente de forma agregada, adecuadamente capitalizada y capaz de generar valor sustancial a nivel económico. Y prueba de ello es el creciente interés de los inversores, tanto a nivel de deuda como de equity, por entrar en los clubes de fútbol o incluso en nuevos negocios promovidos por la propia organización. Todo eso tiene un reflejo en el coste medio ponderado del capital del fútbol profesional, que ha disminuido de manera drástica".

Además del daño a terceros, los clubes fundadores de la Superliga se enfrentarían a una posible pérdida de valor de marca de entre 2.500 millones de euros y 4.300 millones de euros, según las estimaciones de Brand Finance. Esta pérdida es una combinación estimada de una bajada de facturación por derechos de emisión, ingresos comerciales y por ingresos el día de partido, así como del rechazo generado entre los aficionados. Un perjuicio económico que en España no solo afectaría a los equipos de la Superliga, sino que también impactaría en los otros clubes de LaLiga Santander y LaLiga SmartBank, que pueden perder hasta el 25% de su valor de marca. De hecho, la pérdida económica a la que se exponen las diferentes ligas nacionales con esta competición terminarían siendo un duro golpe para los equipos más modestos, que verían reducido sus ingresos.

"La pérdida del factor recompensa por el rendimiento deportivo, asociado a una liga de este tipo, podría conllevar una disminución de los incentivos, especialmente desde la perspectiva de la tradición cultural europea, marcadamente diferente a la de otras geografías, que antes o después se traduciría en resultados económicos. Se hubieran generado además muchas disfuncionalidades organizativas con las competiciones nacionales, que probablemente habrían tenido que reestructurarse, pasando por una disminución en el número de clubes. Las competiciones internacionales de la UEFA perderían su esencia", apunta Gonzalo Ávila Lizeranzu.

En este sentido, continúa el asesor financiero, "el valor comercial y audiovisual de todas las competiciones se vería mermado, afectando gravemente a la generación de ingresos. Los clubes no podrían mantener su nivel de gasto actual en plantilla deportiva, devaluando el atractivo asociado a su activo más importante". Y todo ello sin que esté del todo claro que los aficionados prefirieran una sobrecarga de partidos de clubes del alto nivel, frente a ver a su equipo competir con otros más próximos o locales, y que los enfrentamientos sonados entre grandes clubes sean la excepción, en lugar de la norma, destaca este experto, quien añade "además, al verse abocados a reducir el número de clubes en el resto de competiciones, aumentaría exponencialmente la prima de riesgo asociada al descenso de categoría (que es el principal riesgo operativo o de negocio de un club profesional), aumentando por tanto su coste de capital".

Más allá del terreno económico, para entender el malestar social que ha generado este proyecto hay que remontarse a la Cuarta Revolución Industrial, como explica Ignacio de la Torre. "Uno de los inconvenientes de este periodo es que la prosperidad se ha escorado más hacia las empresas y menos hacia los trabajadores. En segundo lugar, se han generado más desigualdades de ingresos y de riqueza y, en tercer lugar, y no menos importante, ha aumentado la desigualdad geográfica. Desde el año 1980, aproximadamente, en los grandes países los puestos mejor remunerados se encuentran en las capitales, lo que genera un efecto red, descapitalizando así las ciudades medianas".

Y es que no hay que olvidar la importancia de los clubes de fútbol en las ciudades pequeñas y medianas ya que, debido a la capilaridad de la industria, tiene un gran impacto en sectores como la hostelería o el turismo. Asimismo, supone un escaparate al mundo para estas ciudades y pueblos.

De este modo, ese malestar social eclosiona ante proyectos como estos en los que "no se tiene en cuenta la meritocracia y en el que, además, muchos de los equipos fundadores son de ciudades muy favorecidas por la Cuarta Revolución Industrial, generando una reacción tan virulenta como la que estamos viendo". De hecho, según los datos de Forbes, los 12 clubes fundadores de la Superliga se encuentran entre los 16 más ricos de la industria.

Asimismo, continúa De la Torre, "muchos equipos de fútbol tienen aspiraciones de poder clasificarse en competiciones importantes. Una vez que generas una competición en la que el 75% de los clubes tienen su puesto asegurado y no por méritos deportivos, rompes con esos sueños, lo que provoca una fuerte reacción".

Ignacio de la Torre: "Muchos de los equipos fundadores de la Superliga son de ciudades muy favorecidas por la Cuarta Revolución Industrial"

Por otro lado, como recuerda Ignacio de la Torre, "el fútbol no es solo un fenómeno deportivo, es un fenómeno social, y el consumo que eso genera a su vez tiene un impacto en el producto interior bruto". En este sentido, según el Estudio del consumo de fútbol en locales públicos, elaborado por MEDIAPRO y LaLiga, el fútbol atrae cada temporada a más de 15 millones de aficionados a locales públicos.

En este contexto, la industria futbolística genera en España más de 4.000 millones de euros en impuestos y un impacto en la actividad económica equivalente al 1,37% del PIB. Con la puesta en marcha de un proyecto como la Superliga, esa aportación al producto interior bruto se quedaría en un 0,93%.

Una competición sin aliados

Otra de las evidencias de que la Superliga no es la mejor solución para la industria del fútbol, como defienden sus impulsores, es que de momento no hay un operador que haya anunciado que quiera sumarse al proyecto. Según los promotores, hacerse con la exclusividad de las retransmisiones podría costarles a los interesados hasta 4.000 millones de euros. Una factura que ya ha ahuyentado a Amazon y a otros grandes players que actualmente se encargan de la Champions League o las ligas europeas.

Precisamente, una de las especulaciones que sonaba con fuerza es que sería el gigante del comercio electrónico el encargado de comprar y emitir y los partidos, pero la compañía no ha tardado en desmentir los rumores. A través de un comunicado difundido en su cuenta de Twitter, Amazon Prime Video dejaba clara su postura ante la Superliga. "Amazon Prime Video comprende y comparte las preocupaciones planteadas por los aficionados del fútbol con respecto a una Superliga separatista. Creemos que parte del dramatismo y de la belleza del fútbol europeo proviene de la capacidad de cualquier club de lograr el éxito a través de sus actuaciones en el campo".

Eso sí, la compañía estadounidense no ha sido la única en decir "no" a la Superliga. Dazn ha reconocido que "ni Dazn, ni Blavatnik (el magnate ruso dueño de la firma) han estado involucrados ni interesados de ninguna manera en entrar en discusiones sobre el establecimiento de la Superliga".

Por su parte, el operador británico BT, que posee los derechos de emisión para el país de la Champions League y de parte de la Premier League, a través de BT Sport, señaló que la creación de la Superliga tendría "un impacto muy dañino sobre el fútbol británico y limitará la contribución que este hace a la comunidad. BT reconoce las preocupaciones planteadas por muchas voces y aficionados del fútbol, y cree que la creación de una Superliga europea tendría un efecto negativo en la salud a largo plazo del fútbol".

"La crisis provocada por la Covid-19, que se ha cebado muy especialmente con los clubes de fútbol por la paralización de la competición, primero, y por el cierre de los estadios al público, más tarde, es una situación coyuntural. La mayoría de los clubes de LaLiga afrontan este escenario excepcional con los deberes hechos a nivel económico-financiero, y la situación de normalidad debería restablecerse gradualmente a partir de la temporada 2021-2022, siempre y cuando "ocurrencias" como esta de la Superliga no lo impidan", concluye Gonzalo Ávila Lizeranzu.

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