- mode_comment
A finales de septiembre de 1975 me encontraba en mi despacho en la Oficina Española de Turismo en Estocolmo en el número 25 de la céntrica Sveawägen cuando un colaborador entra precipitadamente y me dice "ven afuera, deprisa". Allí me precipito para ver al Primer Ministro Olof Palme con una hucha y un cartel colgando que ponía 'Por la libertad en España'. Iba caminando y recogiendo las donaciones camino de la vecina Plaza de Sergels Torg, la más emblemática de la ciudad. Fue una de esas imágenes que se quedan grabadas para siempre. Ningún otro Primer Ministro europeo se hubiera atrevido. Pero Palme era una persona absolutamente segura de sí misma, que pensaba que era un guía y no uno que se dejaba guiar. Sus ojos afilados, su rictus a veces desdeñoso, típico de algunos miembros de la clase alta de Estocolmo a la que pertenecía originalmente, le daban una formidable presencia. Dominó la política sueca durante los setenta y hasta su asesinato en 1986 por pura fuerza intelectual convirtiéndose en el político más importante del país de los últimos siglos.