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Niños de corta edad llorando inconsolables al separarse de sus padres, mientras estos se alejan apresuradamente con una media sonrisa teñida de congoja y culpabilidad en el rostro. Es una de las escenas clásicas de los telediarios cada mes de septiembre. Y también una poderosa imagen que marca el inicio del curso para el conjunto de la población. Porque el drama con que los más pequeños viven ese primer día de colegio muy bien podría trasladarse a los adultos que se incorporan a sus puestos de trabajo tras el periodo vacacional. Y aunque quizá estos no lleguen hechos un mar de lágrimas a la oficina, en muchos casos no será por falta de ganas.