Te has servido un poco de agua, has dejado el vaso sobre la mesa y, unos minutos después, observas que hay pequeñas burbujas en él. ¿Le resulta familiar? Puede que incluso hayas percibido que el sabor del agua ha cambiado. ¿Qué es esta química? ¿Magia? ¿O una señal de que es hora de cambiar el filtro? En realidad, la respuesta está en leyes físicas mucho más sencillas y, al mismo tiempo, sorprendentes.

Exploremos juntos por qué ocurre esto y si merece la pena preocuparse por estas diminutas burbujas.

Temperatura frente a estabilidad

El primer sospechoso en el caso de las burbujas es la temperatura ambiente. Cuando viertes agua fría en un vaso (sobre todo si está recién sacada del grifo o de la nevera), se calienta gradualmente. ¿A qué viene eso? Pero es este calentamiento el que desencadena toda una cadena de acontecimientos.

En el agua fría, los gases, principalmente el oxígeno y el nitrógeno, se disuelven perfectamente. Pero a medida que aumenta la temperatura, disminuye la capacidad del agua para retener estos gases. Los gases empiezan a liberarse y forman las propias burbujas que suben desde el fondo y se adhieren a las paredes.

Por cierto, puedes observar un proceso similar si calientas ligeramente el agua en una olla: antes de que hierva, empiezan a surgir pequeñas burbujas del fondo. No aparecen por la ebullición, sino por la misma liberación de gases disueltos.

La presión es un factor invisible

No sólo influye la temperatura. La presión atmosférica es otro actor en esta obra. Afecta a la cantidad de gas que puede contener un líquido. Cuando se vierte agua y se deja reposar, la presión en su superficie se vuelve menos estable, sobre todo si la habitación está caliente. Esto crea un desequilibrio y los gases empiezan a «liberarse».

Aquí viene el sabor raro…

Si un día has notado que el sabor del agua sobrante se ha vuelto… bueno, diferente, no se trata en absoluto de tu imaginación. El sabor del agua cambia, y por varias razones.

  • Pérdida de oxígeno. El agua fría del grifo está llena de oxígeno. Eso es lo que hace que tenga un sabor refrescante. Pero con el tiempo, el oxígeno desaparece y el sabor se vuelve «plano».
  • Contacto con el aire. Un vaso dejado sobre la mesa funciona como un imán para todo lo que vuela a su alrededor: polvo, partículas de contaminación, compuestos orgánicos microscópicos. Todo ello afecta al sabor del agua, aunque no siempre de forma perceptible.
  • La luz del sol. Sí, sí, la luz ultravioleta desencadena procesos biológicos incluso en el agua más ordinaria. En ella pueden empezar a desarrollarse algas y microorganismos, sobre todo si contiene la más mínima impureza orgánica.

Las burbujas en sí no son motivo para alarmarse. Son sólo nitrógeno y oxígeno que se escapan de la solución. No causan ningún daño. Sin embargo, si el sabor del agua ha cambiado, se ha enturbiado o tiene un olor desagradable, es mejor tirarla.

Aun así, si quieres que el agua se mantenga sabrosa y fresca, aquí tienes unos sencillos consejos:

  • Mantén el agua tapada. Incluso un simple platito encima del vaso ayudará a protegerla del polvo y otras partículas.
  • No pongas el agua al sol. Los rayos directos no sólo la calientan, sino que provocan la proliferación de microorganismos no deseados.
  • Utilice vidrio, no plástico. El plástico puede desprender sabor o reaccionar al calentarse, sobre todo si no es una botella de calidad.

Ciencia en casa

Parece un vaso de agua cualquiera, ¿qué puede haber más trivial? Pero incluso en él hay física, química y un poco de biología. Lo que no solemos notar en realidad nos dice mucho sobre la interacción de sustancias, temperaturas y presiones. Y la próxima vez que veas burbujas en un vaso, que sepas que no es una razón para tirar el agua, sino para pensar en lo mucho que hay que aprender hasta de las cosas más cotidianas.