Cuando millones de personas llenan las calles de Santiago, cuando el Gobierno ecuatoriano mueve la capital por el pánico y cuando los votantes argentinos hacen retroceder las reformas del mercado, ya no se trata sólo de una serie de crisis localizadas. Es el síntoma de un profundo cambio regional. Hay una reacción creciente en América Latina contra las políticas que en las últimas décadas se han calificado de «sensatas» y «económicamente sólidas».

Chile

Simbólicamente, la ola de protestas ha estado encabezada por Chile, un país que muchos consideraban un modelo de milagro económico. Pero tras la fachada de crecimiento del PIB se escondía una de las desigualdades más profundas de la región. La subida de las tarifas del metro fue sólo el detonante: más de un millón de personas salieron a la calle. Sus reivindicaciones no se limitaban a la anulación de las tarifas. La gente hablaba de medicamentos asequibles, educación justa, dignidad humana. ¿Cree que puede considerarse exitoso un modelo en el que los ingresos medios aumentan y las tensiones sociales estallan?

Ecuador y Argentina

En Ecuador, cuando el gobierno recortó las subvenciones a los combustibles, las protestas estallaron al instante. El traslado temporal de la capital a Guayaquil fue una admisión elocuente de que se había perdido el control de la situación. En Argentina, en cambio, el pueblo habló a través de las elecciones. El Presidente conservador Mauricio Macri dio paso a Alberto Fernández, un peronista con un programa más proteccionista.

Estos acontecimientos forman parte de una gran historia. Una historia de cómo, ante el estancamiento y la creciente pobreza, la población rechaza las políticas de recortes presupuestarios, privatizaciones y desregulación.

La globalización y sus frustraciones

Los economistas hablan a menudo de los «beneficios de la globalización». En efecto, América Latina ha aumentado la inversión y el PIB en los últimos 20 años gracias a la exportación de materias primas y al acceso a los mercados mundiales. Pero los beneficios de estos procesos se han distribuido de forma muy desigual. Como señala el economista Branko Milanovic, en 2015, la fortuna de los multimillonarios chilenos representaba una cuarta parte del PIB del país. ¡Una cuarta parte! Sin incluir las offshore.

¿Qué ocurre cuando la economía crece y la gran mayoría siente que no obtiene nada de ella? La respuesta es obvia: los que no encajan con el éxito del mercado se echan a la calle.

Una nueva geografía política

Las protestas actuales difícilmente pueden calificarse de

 renacimiento del antiguo movimiento de izquierdas. Son más bien una reacción al cansancio. Cansados de las políticas que prometían «convertir a todo el mundo en inversor» pero dejaban a millones de personas en la pobreza. La situación en Bolivia tras las disputadas elecciones, la dimisión de Evo Morales y sus advertencias sobre el «retorno del neoliberalismo» también forman parte de este mosaico.

¿Cuál será el futuro? Los analistas son prudentes en sus predicciones. El crecimiento económico se ralentiza, la inflación y los déficits presupuestarios pesan sobre los gobiernos. El FMI estima que el crecimiento de América Latina en 2019 será sólo del 0,2%. Y es el segundo peor del mundo. El nivel de vida en dólares ha caído un 13% desde los máximos de mediados de la década de 2010.

Brasil

De particular interés es Brasil, donde el ministro de Economía, Paulo Guedes, es un firme defensor del modelo chileno. Su reforma de las pensiones ya ha sido aprobada, pero la opinión pública duda cada vez más de que los recortes y las privatizaciones sean el único camino hacia la prosperidad. Los recuerdos de la recesión de 2015-2016 y de la huelga de camioneros que paralizó el país son demasiado vívidos. La pregunta es simple: ¿cuánto tiempo tolerará la gente?

El fin de la paciencia como principio de una nueva era

En América Latina crece la demanda no sólo de cambio, sino de otro tipo de justicia. Económica. Social. Humana. Y mientras los gobiernos siguen insistiendo en un «rigor razonable», las calles nos recuerdan que la paciencia no es un recurso infinito.

¿Puede salvarse el modelo de mercado? Sí, si aprende a ver a las personas como algo más que estadísticas y contribuyentes. Si vuelve a funcionar para quienes lo financian, para la sociedad.